Dios y las mentiras que me han dicho…

Dios no existe! me dijo un amigo mientras tomamos un café en un pequeño lugar en la ciudad, si el existiera no debería de haber tanto mal, además, «si el Dios que existe es el Dios de la Biblia, no me sirve de nada su existencia, leo como ordeno la muerte de niños, la muerte de mujeres embarazadas y demás sufrimientos.»

El mal no proviene de Dios, el no puede ser bueno y malo al mismo tiempo, es imposible que la noche continue cuando sale el sol.

Pero esta pregunta de mi amigo es tan común, todos en algún momento hemos preguntado cosas similares, la mayoría de ocasiones lo hacemos porque estamos molestos, lastimados, o simplemente no es congruente con nuestro razonamiento que exista el mal en un mundo desordenado.

Todo inicia con la pregunta. Cuando la pregunta es equivocada siempre obtendremos una respuesta equivocada. Si nuestra pregunta sincera es intencionalmente confusa, ninguna respuesta nos satisface, por lo que concluimos que es mentira aquello que trate de responder a  mi cuestionamiento.

En ocasiones nuestras preguntas contienen una intención  que parece no estar muy clara. Nuestra apreciación del bien y del mal se ve influenciada por nuestra experiencia con lo doloroso y placentero, de tal cuenta todo aquello que nos provoca dolor es en esencia «malo» según nuestra percepción y todo aquello que es placentero «no puede ser malo». Sin embargo, cuando hablamos de Dios, el bien, su existencia o su capacidad para impedir el mal y su aparente pasividad ante la injusticia de este mundo, no es posible aplicar nuestro juicio a algo que es incomprendido. Para emitir juicio es necesario pasar de la ignorancia a la certeza, por tanto cuando juzgamos a Dios existe en nosotros una carga emocional y de razonamiento que se encuentra influenciada por nuestra experiencia, es por eso que nos cuesta afirmar con certeza que nuestra condena hacia Dios este justificada.

No existe forma para nosotros los humanos de comprender la justicia o la injusticia en algo o alguien sin que recurramos a nuestro conocimiento, nuestra experiencia o nuestras emociones, lo injusto y doloroso provoca en nosotros una reacción contraria a la aceptación.

Dios existe! para mi existe, para millones de personas en el mundo existe, puede ser que para muchos su existencia sea incomprensible. Muchos no han comprendido que ser ateo es un lujo que muy pocos se permiten, implica que debo encontrar más y más respuestas a interrogantes cotidianas, un esfuerzo mayor, un desafío intelectual para tratar de explicar cosas que la fe responde con sencillez, quizás lo que a muchos no les parece es lo simple que parece la respuesta de algo tan complejo.

La existencia de Dios no depende de mi apreciación, de mi juicio ni de mi empatía con las cosas que El hace, depende de mi sincero y genuino pensamiento de búsqueda de la verdad. El problema es que la verdad no siempre encaja en lo que nosotros previamente hemos concluido que debería ser la verdad.

Puede Dios seguir siendo bueno mientras permite el mal?

La pregunta encierra en su estructura una argumentación que no deja lugar a la defensa, porque estamos señalando el efecto de lo que nos parece fuera de control. Por lo tanto si Dios permite el mal no esta en control o al menos este control no esta en concordancia con su bondad.

Por lo tanto aunque la pregunta parezca sincera, se encuentra sinceramente mal planteada a mi parecer. (aclaro, es mi parecer). La pregunta debería ser, ¿Por qué habiendo tanto mal Dios no se ha vuelto malo?

El mal es parte de nuestra naturaleza por causa del pecado, esta dentro de nosotros, somos nosotros, para que Dios evite el mal en la humanidad debería eliminar a la humanidad y las ocasiones en las que esta idea se llevó a la práctica son precisamente todas las historias que nos sirven para «juzgar» a Dios.

El mal soy yo, el malo soy yo, el que hace daño al mundo soy yo, con mi egoísmo, con mi egocentrismo, con mi idea de crear un mundo perfecto a mi medida, por creer de manera arrogante que todos deben pensar como yo, vivir como yo, creer como yo.

Tengo amigos de religiones diversas y unos pocos amigos ateos, con los que disfruto conversar sobre su forma de ver o de «dejar a un lado» a Dios, espero que escribir estas letras nos permita seguir la conversación y tomar un café acompañado de tolerancia, respeto por las opiniones contrarias y expresión libre del pensamiento sincero.

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